Antonio Azorín

Azorín

Tercera Parte. Capítulos VII a XIV

<<En el balcón luce, imperceptible, opaca, tenue, una ancha faja de la claror del alba. Y en la puerta, de pronto, oigo un persistente tarantaneo. Me levanto: me he retirado de la redacción a las dos de la madrugada; es preciso salir… Las calles están desiertas; pasa de cuando en cuando un obrero, con blusa azul, cabizbajo, presuroso, las manos en los bolsillos, liada la cara en bufanda recia…>>

En febrero de 1903, El Globo mandó a Martínez Ruiz a hacer reportajes sobre algunos pueblos castellanos. Este capítulo, como otros que siguen, se publicó primero en El Globo (7-II-1903), con el título «Notas sobre la España vieja. En el tren», y fue firmado «Un Redactor». Se agregó al libro Antonio Azorín sin cambios.

 

La obra

Antonio Azorín es una novela que, al igual que ocurría con La voluntad (1902), se relaciona, en cierta medida, con la crisis finisecular del XIX y la situación que se vivía en España a raíz de los desastres coloniales del 98 y la consiguiente decadencia económica, política y social que se instauró en el seno de la sociedad española de los primeros años del siglo XX… los hombres del 98 toman como punto de referencia la situación de Castilla, ayer pujante y dominadora, y hoy sumida en la pobreza económica, en el atraso y la ignorancia. Por lo tanto, José Martínez Ruiz, como no podía ser menos, sitúa sus críticas en la Castilla manchega, en la Meseta, a la que tanto y tan bien conocía. 

Así, uno de los lugares en que fija sus ojos es Torrijos, “el prototipo de los pueblos castellanos muertos”, poblados por hombres “ininteligentes y tardos”, sumidos en la rutina de la duermevela y arrullados por las lentas y agonísticas campanadas de las iglesias y los monasterios, que adornan ese “ambiente de soledad, de aburrimiento, de inercia, de ausencia total de vida y de alegría”. 

La solución para esa España del Centro, inmóvil, rutinaria y cerrada al progreso, igual que hace cuatro siglos, habría de venir desde la nueva mentalidad que representa la España del Levante, más moderna y progresista, y, además, de la llegada del agua y de la mecanización de la tierra. Modernidad frente a tradición; ahí está la cuestión. Porque, como escribe el novelista monovero, “no podrán pensar y sentir del mismo modo unos hombres alegres que disponen de aguas para regar sus campos y cultivan intensivamente sus tierras, y tienen comunicaciones fáciles y casas limpias y cómodas, y otros hombres melancólicos que viven en llanuras áridas, sin caminos, sin árboles, sin casas confortables, sin alimentación sana y copiosa…”

Y, característica también de la llamada Generación del 98, cuando Azorín recorre lugares como Torrijos, Maqueda, Valdepeñas o Infantes, aparece el recuerdo de personajes como el clérigo del tratado segundo del Lazarillo, o escritores como Cervantes, Lope de Vega y Quevedo, los cuales contemplaron esos mismos paisajes, posaron en similares mesones, charlaron con los mismos tipos castizos y peregrinaron “por los mismos llanos polvorientos y por las mismas anfractuosas serranías”. 

En definitiva, y según Antonio Azorín, convertido ahora en la voz literaria de su creador Martínez Ruiz, la agonía de los pueblos castellanos es ejemplo de la agonía de la muerte que padece la España inmersa en la crisis de finales del XIX y comienzos del XX. Una España en la que durante todo el año se oye el rezo de las novenas y los tañidos fúnebres de las campanas; una España envejecida y enlutada, dominada por “un catolicismo hosco, agresivo, intolerante”, muestra evidente de la decadencia española, vivo ejemplo y consecuencia lógica de la decadencia de los Austrias. 

A esa España habría que decirle que “la vida no es resignación, no es tristeza, no es dolor, sino que es goce fuerte y fecundo; goce espontáneo, de la Naturaleza, del arte, del agua, de los árboles, del cielo azul, de las casas limpias, de los trajes elegantes, de los muebles cómodos… Y para demostrárselo habría que darles estas cosas”. Sólo así se podrá conseguir ese hombre nuevo y eterno al que aspira el antes pasivo e inerte Azorín, ese hombre, “en perpetua renovación, siempre nuevo, siempre culto, siempre ameno” 

(Manuel Cifo González, “ANTONIO AZORÍN: DE LA PASIVIDAD AL COMPROMISO”, Universidad de Murcia)

 

Diseño de portada: Guillermo P. Guillot

Antonio Azorín

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