El resplandor de la hoguera («La Guerra Carlista vol. II»)

Ramón del Valle-Inclán

Segunda novela de la trilogía «La Guerra Carlista»

«Oíase un lejano cascabeleo que parecía rolar sobre la nieve. Y se acercaba aquel són ligero y alegre. Una voz habló desde el fondo del carro: 

—¡Pues no habíamos equivocado el camino!
Y respondió, desabrido, el hombre que iba á pie, al flanco del tiro:

—Todavía no lo sé.
—¡Esas campanillas parecen del correo!

—Todavía no lo sé.»

 

La obra

El resplandor de la hoguera, segunda novela de la trilogía «La guerra carlista», presenta la cruel realidad intrahistórica de la tercera guerra carlista. El espacio donde transcurre la narración es el paisaje navarro, una tierra agresiva, expuesta al rigor del invierno, con un constante vaivén de campos encharcados, montañas y pueblos cubiertos de nieve. Tres ejes narrativos van alternándose en la novela: las andanzas de la abadesa María Isabel y sus acompañantes; el contraste entre la nobleza de los partidarios carlistas, con Miquelo Egoscué como héroe guerrillero, y la vileza de los liberales; y la lucha por el poder dentro del bando carlista, en donde se perfila ya la oscura figura del cura Santa Cruz. 

 

Algunas opiniones

El fenómeno… así llamaba Azaña a Ramón del Valle-Inclán, el responsable de lo mejor que dio la novela y el teatro en nuestro siglo XX. Así lo llamaba con mezcla de desprecio político y admiración literaria. Habría querido Azaña escribir como Valle y quizás se arrepentía de haber elegido la política en un país tan salvaje… Hay que leer a Valle una y otra vez desde el comienzo… (FÉLIX DE AZÚA, 6-12-2016, El País)

 

…. aversión de Valle hacia el realismo artístico español… desdeña el realismo aristotélico-tomista de la tradición escolástica española, el positivismo, el racionalismo, el sentido común, el lugar común, la gramática parda y el dogma. No ofrece duda que, en lo económico y administrativo, su rigor se ensaña contra los explotadores del capital y los sicarios del fijo orden sin aliento (burócratas y policías). Y, por demasiado dicho, huelga aludir aquí al odio de la burguesía por parte de Valle-Inclán, sólo capaz de admirar los extremos: la aristocracia o el pueblo. Sus ideales políticos -en evitación de la mediocridad demoliberal o del militarismo dictatorial que tiene ante los ojos- van de la monarquía absoluta a la revolución por sí misma o anarquía absoluta. No es extraño, por ello, que evoque complacido la España dieciochesca (despotismo ilustrado) y la carlista (absolutismo patriarcal), reservando su sarcasmo para la monarquía constitucional, el parlamentarismo modorro y la dictadura del militar de carrera.

Si ha de ver la historia, Valle-Inclán prefiere verla como leyenda. Su idealismo le hace mirar con simpatía, en el pasado español, aquello que, por carecer de vigencia actual, es sólo recuerdo, o esperanza, susceptibles de recreación personal: la cruzada medieval, el carlismo, la revolución; una causa ganada muchos siglos atrás, otra perdida y otra por ganar.

… Censurado, pues, de decadente por estimadores obtusos, Valle-Inclán, no sin llevar al extremo su refinamiento en las Sonatas, sale en busca de un mundo más vigoroso, pero no peñas arriba ni arrabales abajo para trazar cuadros de costumbres rústicas o ciudadanas, sino historia adentro, resuelto a redimir el pasado histórico en leyenda libre, en monumental cantar de gesta. He aquí algo que venera en la tradición literaria de España: el cantar de gesta, el romance. Vemos al Don Mauro de Romance de lobos “«fuerte, soberbio, con la cabeza desnuda y las manos rojas de sangre, como el héroe de un combate primitivo en un viejo romance de Castilla»” (I, 698). En Los cruzados de la causa Montenegro se aflige, nuevo Diego Laínez, por no hallar entre sus hijos un Rodrigo que vengue su afrenta (II, 375-76). Miquelo Egoscué, en El resplandor de la hoguera, gozaba de una leyenda hazañosa “«que tenía la ingenua y bárbara fragancia de un Cantar de gesta»” (II, 912) y los mutiles de Pero Mingo son, como dice éste, “«lobos de Roncesvalles»” (II, 459). Aún más atrás se remonta el empuje épico de Santa Cruz, protagonista de Gerifaltes de antaño: en su acción se aúnan alientos de la guerra santa contra el infiel y recuerdos de las hazañas de los vascones en su lucha con Roma (II, 502).

(Valle Inclán frente al realismo, Gonzalo Sobejano)

 

El resplandor de la hoguera

Descargar archivo