Trafalgar

Benito Pérez Galdós

«Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo, diga algunas palabras sobre mi infancia, explicando por qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible catástrofe de nuestra marina.»

 

La obra

«Los Episodios Nacionales de Pérez Galdós son un ambicioso fresco que abarca el período de nuestra historia comprendido entre 1805 y 1912. Galdós no se limita a novelar acontecimientos relevantes. Su intención no es ilustrar, sino comprender y sintetizar. No encadena los hechos con hitos, sino con vivencias…. Galdós sabe engarzar la vida privada con los eventos públicos. De esta forma, lo grande se humaniza y lo pequeño adquiere la resonancia de lo perdurable. Esta fórmula permite situar a los personajes ficticios en escenarios históricos, sin provocar sensación de inverosimilitud…

Trafalgar, la primera novela de los Episodios Nacionales, ya contiene los grandes aciertos de Galdós en un subgénero que siempre ha gozado del fervor popular, pero que suele soportar mal el paso del tiempo, pues carece de la perspectiva que sólo puede alumbrar un cambio de época, algo que no puede recriminarse al autor canario, con una preclara intuición del porvenir. Galdós caracteriza minuciosamente a sus personajes, no escatimando detalles físicos ni psicológicos. Sin embargo, Gabriel es un protagonista hueco, un muchacho de origen humilde que prosperará gracias a su valor e integridad. Experimentará la tentación de la picaresca, pero la buena fortuna lo acabará convirtiendo en un caballero de mentalidad burguesa y arrebatos quijotescos. Se olvida muchas veces que el narrador de Trafalgar no es un  paje de catorce años, sino el provecto caballero que evoca sus peripecias juveniles. “No me exija el lector –advierte- una exactitud que tengo por imposible, tratándose de sucesos ocurridos en la primera edad y narrados en el ocaso de la existencia, cuando cercano a mi fin, después de una larga vida, siento que el hielo de la senectud entorpece mi mano al manejar la pluma”.

Galdós refiere la niñez de Gabriel en la gaditana playa de la Caleta, donde sólo era un muchacho más del arrabal, aficionado a robar frutar y a enzarzarse en reyertas. Su existencia discurría entre la vagancia y la miseria hasta que Alonso Gutiérrez de Cisniega, capitán retirado de navío, y su esposa, doña Francisca, lo acogen en su hogar, proporcionándole algo de instrucción y puliendo sus modales. Enamorado de Rosita, la hija de sus protectores, Gabriel alienta el deseo de subir en la escala social, pero no es Julián Sorel, sino un joven tímido y discreto, que ha asimilado los valores de los viejos hidalgos y sueña con hacer méritos. A pesar de su edad, don Alonso decide embarcarse en la flota franco-española reunida para luchar contra los ingleses cerca del cabo de Trafalgar. Animado por su amigo Marcial, otro viejo lobo de mar al que llaman “Medio hombre” por sus heridas de guerra, logra subirse al Santísima Trinidad, un gigantesco buque con la solemnidad de una catedral…»

(Rafael Narbona, El Cultural-El Mundo, 5 de oct. 2016)

 

Algunas opiniones

Azorín escribió una semblanza de Galdós poco después de su muerte, protestando contra las voces que rebajaban el mérito artístico de su obra. Escribe el pequeño filósofo: “Este hombre, vejado injustamente, ha revelado España a los ojos de los españoles que la desconocían; este hombre ha hecho que la palabra España no sea una abstracción, algo seco y sin vida, sino una realidad. […] En suma, ha contribuido a crear una conciencia nacional: ha hecho vivir a España con sus ciudades, sus pueblos, sus monumentos, sus paisajes”.

Leopoldo Alas, “Clarín”, afirmó en una semblanza de Galdós que en rigor, “ser artista… es seguir jugando”. Trafalgar corrobora esa interpretación, pues –sin restar dramatismo a los hechos– nos sitúa en el escenario que evoca las fantasías infantiles de un tiempo donde el mar, las espadas y la pólvora simbolizaban el afán de aventura y el anhelo de lo extraordinario.

 

Trafalgar

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