Zalacaín el Aventurero

Pío Baroja

«Una muralla de piedra, negruzca y alta rodea a Urbia. Esta muralla sigue a lo largo del camino real, limita el pueblo por el Norte y al llegar al río se tuerce, tropieza con la iglesia, a la que coge, dejando parte del ábside fuera de su recinto, y después escala una altura y envuelve la ciudad por el Sur.»

 

La obra

Zalacaín el aventurero cierra la trilogía Tierra vasca, compuesta por La casa de Aizgorri (1900) y El mayorazgo de Labraz (1903), y ampliada más tarde con un cuarto título, La leyenda de Jaun de Alzate (1922). El País Vasco natal de Pío Baroja, en el que éste identificaba algunos valores que debían preservarse frente al desorden moderno, sirve de marco a las correrías de Martín Zalacaín.

Zalacaín el aventurero (1909) es uno de los mejores ejemplos de las novelas de acción de Baroja. En ella narra la vida del vasco Martín Zalacaín, su infancia y juventud, sus trepidantes aventuras, que se enmarcan en el último tercio del siglo XIX, cumpliéndose lo que es una constante en el concepto narrativo de Baroja: su rigurosa acumulación de datos históricos, de tal modo que las venturas y desventuras de Martín son al mismo tiempo una excelente fuente documental del levantamiento en armas de los carlistas.

 

Algunas opiniones

En Zalacaín plasmó Pío Baroja una de las figuras más acabadas de uno de sus tipos característicos, el hombre de acción. Se trata de un personaje de convicciones firmes y elementales, valeroso en extremo, enfrentado con decisión a las adversidades, pero también con un punto de pícaro y otro de ternura.

La vida toda de Martín consiste en marcarse retos y en intentar vencerlos, en un complicarse la existencia como si lo contrario fuese un vegetar absurdo. El carácter independiente de Martín se desarrolla en una acción trepidante, con buena dosis de suspense, llena de peripecias y sorpresas, peligros sin cuento, un rapto y alguna fuga espectacular.

El autor sabía cómo sacarles partido a las técnicas del folletín y al relato popular y todo ello lo utilizó con un propósito renovador de la caudalosa narrativa decimonónica. Sale así esta novela de aventuras, una de las que el autor prefería de toda su amplia obra, con las limitaciones y las virtudes de ese género. En su superficie, parece sólo un centón de peripecias, peligros físicos y dilemas sentimentales. En el fondo, en cambio, se asoma a la crueldad y el absurdo de la existencia y nos deja una pesimista mirada sobre la vida y el destino humano.

Zalacaín el aventurero se presta a una doble lectura. La más cabal invita a indagar un sentido implícito bajo la sucesión de aventuras, aunque no tenga la profundidad de pensamiento de otras obras barojianas como Camino de perfección o El árbol de la ciencia.

Pero también permite contentarse con su historia amena y viva, aceptando la concepción un poco maniquea de los personajes, y dejarse llevar por la fluidez y la facilidad de escritura y diseño: compartir, sin más, los ires y venires, hazañas y pesadumbres del generoso Martín Zalacaín. (SANTOS SANZ VILLANUEVA)

 

Zalacaín el Aventurero

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